¿Qué quiere decir la Biblia cuando afirma que hemos sido creados “a la imagen de Dios” (Génesis 1:27)? ¿Podemos seguir teniendo la imagen de Dios si vivimos en un mundo caído, o la perdimos cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido?
Esta es una gran pregunta que no puede ser respondida en un espacio limitado como este. Para hacerlo tendríamos que entrar en el hebreo original y examinar a fondo cómo es definida la imagen de Dios (imago Dei, en latín) en el Antiguo y el Nuevo Testamento.
En vez de esto, le dirigiremos a alguien que ha hecho precisamente eso: el pastor John Piper. Tómese un momento para leer su artículo “La imagen de Dios: Un acercamiento desde la teología Bíblica y Sistemática”; encontrará un estudio exhaustivo de lo que significa para los seres humanos ser creados a imagen de Dios.
Mientras tanto, nos complace ofrecerle una breve perspectiva general.
¿Qué es Imago Dei?
Creemos que la imagen de Dios no es algo que el hombre tiene, sino algo que el hombre es. El ser humano fue creado para ser una imagen gráfica de su Creador; una representación formal, visible y comprensible de quién es Dios y cómo es en realidad. Piper escribe:
“El imago Dei no es una cualidad poseída por el hombre; es una condición en la que el hombre vive, una condición de confrontación establecida y mantenida por el Creador (…) El imago Dei es aquello en el hombre que lo constituye como aquel que es amado por Dios”
¿El pecado eliminó la imagen de Dios?
No, la caída del hombre en el pecado no destruyó ni eliminó la imagen de Dios, pero la desfiguró.
El Nuevo Testamento confirma que la imagen de Dios no se ha perdido cuando señala que todas las personas, no solo los cristianos, “están hechas a semejanza de Dios” (Santiago 3:9).
Entonces, ¿cuál fue el efecto del pecado sobre la imagen de Dios en el hombre? Como lo explica el teólogo Wayne Grudem:
“Debido a que el hombre ha pecado, ciertamente no es tan semejante a Dios como lo era antes. Su pureza moral se ha perdido y su carácter pecaminoso ciertamente no refleja la santidad de Dios. Su intelecto está corrompido por la falsedad y la incomprensión; su forma de hablar ya no glorifica continuamente a Dios; sus relaciones se rigen a menudo por el egoísmo más que por el amor, etc. Aunque el hombre sigue siendo imagen de Dios, algunas partes de esa imagen se han distorsionado o perdido en cada una de las áreas de la vida. (Teología Sistemática, p. 444, énfasis añadido).
La imagen de Dios es lo que hace al hombre humano; el hombre no podría perder la imagen sin dejar de ser lo que es. Además, es debido a que el hombre aún conserva la imagen de Dios -incluso si está rota o distorsionada- que puede ser redimido y es digno de ser redimido. Sin ella, Dios no habría tenido ninguna razón para enviar a su Hijo a morir por nosotros.
El lado práctico de tener la imagen de Dios
Como creyentes en Cristo, tenemos una “nueva naturaleza: la del nuevo hombre, que se va renovando a imagen de Dios, su Creador” (Colosenses 3:10). Y a medida que crecemos en la fe, “somos transformados a Su imagen con más y más gloria por la acción del Señor” (2 Corintios 3:18).
Saber que somos hechos a la imagen de Dios afecta no solo la comprensión que tenemos de nuestro Creador y nuestra relación con Él. Si no también sienta las bases para comprender y defender la santidad de toda vida humana:
Cada ser humano, por más que su imagen de Dios haya sido manchada por el pecado, la enfermedad, la debilidad, la edad o cualquier otra discapacidad, sigue teniendo la condición de haber sido hecho a imagen de Dios y, por tanto, debe ser tratado con la dignidad y el respeto debidos al portador de la imagen de Dios. Esto tiene profundas implicaciones para nuestra conducta hacia los demás. Significa que las personas de todas las razas merecen la misma dignidad y los mismos derechos. Significa que los ancianos… y los niños aún no nacidos merecen plena protección y honor como seres humanos”. (Teología Sistemática, p. 450, énfasis añadido).
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