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10 beneficios de una vida espiritual en familia

Mujer enseñando a su hija a orar

Recuerdo que cuando era niño me sentaba a escuchar a mis padres leer la Biblia en un corto tiempo que como familia dedicábamos a la búsqueda de Dios. Pero aún más, recuerdo que mi mamá nos sentaba en sus piernas y nos leía una Biblia ilustrada con lecciones cortas. Los domingos íbamos juntos como familia a la Iglesia, y las lecciones que nos enseñaban iban marcando nuestro destino. Aprendí a buscar a Dios en la intimidad porque lo vi primero en mis padres. No era religión o rito, era una auténtica experiencia espiritual.

Cuando los padres toman tiempo para enseñar a sus hijos un genuino amor por Dios, están protegiendo sus corazones e invitándolos a elegir el mejor camino cuando crezcan.

La enseñanza espiritual es el mejor fundamento sobre el cual pueden crecer nuestros hijos, ya que les posibilita conocer el código ético y moral que ha inspirado a las grandes civilizaciones. Nadie puede alcanzar el éxito si no tiene un buen fundamento ético y moral que lo guíe; esto solo se logra cuando desde niños somos instruidos en valores y principios espirituales.

La Palabra de Dios sembrada en el corazón de un niño nunca regresará vacía, sino que guiará al niño por el camino correcto; le servirá de norma de conducta, de fuente de inspiración y sobre todo, le enseñará el camino para acudir a Dios cuando más lo necesite.

Los hijos que al crecer recuerdan a sus padres orar por ellos, se sienten seguros y saben que Dios tiene planes con ellos en el futuro. Por eso, insista en orar por sus hijos y tome tiempo para bendecirlos.
Aún recuerdo que en mi adolescencia tenía una contención moral que me permitía actuar conforme a los valores en los que me habían formado en casa, a pesar de las presiones sociales que enfrentaba. Estos valores me acompañan desde que fui niño hasta el día de hoy, porque mis padres me educaron para amar a Dios con todo mi corazón, con toda mi mente y a mi prójimo como me amo a mí mismo.
Sin embargo, la formación espiritual tiene peso solo cuando la enseñanza que damos a nuestros hijos se refleja primero en nuestra conducta como padres.

De lo contrario, podríamos provocar rechazo en nuestros hijos por las cosas espirituales, si ellos observan que vamos a la Iglesia pero al llegar a casa vivimos contrario a los valores que profesamos tener. O bien, cuando imponemos una vida de ritos, pero en casa no hay vida, paz, esperanza o confianza en Dios.

La vida espiritual tiene como fundamento el amor, por lo tanto, si como padres somos ejemplo de gozo, paciencia, bondad y misericordia, estamos siendo congruentes con nuestra fe. Formar espiritualmente a nuestros hijos, es enseñar un estilo de vida, y esto se inspira y se modela. Con el tiempo nuestros hijos seguirán nuestros pasos y llegará el momento en que decidirán por la fe de sus padres, y esto depende del ejemplo que les demos.

Algunos de nosotros quizás hemos enfrentado la decepción por el mal ejemplo de algunos líderes espirituales que tenían el deber de guiarnos y, en lugar de eso, nos lastimaron. Sin embargo, esto no debe ser un pretexto para alejarnos de Dios. En esos momentos debemos proteger a nuestros hijos para que no desarrollen un espíritu de apatía contra los valores espirituales por los malos ejemplos que observan. Contra viento y marea debemos ser constantes en buscar a Dios en todo tiempo.

No convierta la vida espiritual en algo ritual o simplemente religioso. La vida espiritual es una forma de ser y se expresa en todo momento y lugar. Por eso nuestros hijos observan en silencio cómo nos comportamos a la hora de hacer negocios, cómo nos relacionamos como esposos, cómo hablamos en casa y cómo somos cuando estamos en la intimidad de los amigos y la familia. Sin darnos cuenta, nuestros hijos hablan y actúan como lo hacemos nosotros.

La vida espiritual la refleja la forma en que hablamos cuando vamos con la familia de paseo, cuando resolvemos las diferencias, encaramos las crisis personales y cuando nos ven dar gracias a Dios. Inspiramos a nuestra familia a tener una fuerte relación con Dios cuando lo convertimos en el centro de nuestras vidas y de nuestro hogar.

El amor a Dios no se impone, se modela, se inspira y se transmite de padres a hijos cuando es parte de una experiencia cotidiana. No significa perfección o apariencia, significa una relación que transmite vida, alegría, gratitud, paz, esperanza, ilusión y fe.

Algunos de los beneficios de poner a Dios como el centro de la familia son:

  1. Ponemos el fundamente ético y moral que guía a la familia.
  2. Transmitimos fe y esperanza a nuestros hijos.
  3. Enseñamos a nuestros hijos a confiar en Dios.
  4. Creamos una costumbre que nunca se olvida.
  5. Nos une como familia.
  6. Sabemos acudir a Dios en medio de la crisis.
  7. Es una contención para la familia en los momentos cruciales.
  8. Nos enseña a dialogar como familia y a escucharnos unos a otros.
  9. Nos muestra el camino al éxito duradero.
  10. Nos enseña a disculpar el error y a pedir perdón cuando nos equivocamos.

Nuestros hijos necesitan que como familia tengamos una vida espiritual fuerte, constante, auténtica y llena de ilusión y alegría. Porque ellos necesitan tener fe, esperanza y ánimo para encarar la vida por ellos mismos. 

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