El gran estadista inglés de mediados del siglo pasado, sir Wiston Churchill afirmó en una ocasión: “Un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad; un optimista ve la oportunidad en cada dificultad”.
Y es que en realidad frente a las dificultades de la vida -a las que sin duda toda persona se enfrentará inevitablemente en algún momento-, la convicción, la actitud, el pensamiento y el carácter, determinarán que cada quien asuma una posición u otra.
Algunas personas ven los obstáculos y las adversidades como verdaderos desafíos que se deben enfrentar y superar. No es que les agraden las pruebas, por supuesto; pero entienden que de éstas se pueden extraer grandes enseñanzas y salir, incluso, más fortalecidos. Hay pruebas que dejan a las personas casi abatidas, sin fuerzas, seriamente golpeadas y afectadas. Pero aún en estas difíciles circunstancias, el tiempo, una actitud de fe y confianza y un pensamiento sereno y positivo, podrán hacer que retorne la esperanza, se recupere la fortaleza, se ponga de pie nuevamente y comience a caminar hacia adelante.
Existen dificultades que marcan la vida de las personas. La pérdida de un ser amado, la ruptura de un hogar, el despido de un trabajo o una crisis financiera severa, entre otras. Estas adversidades podrían llevar a las personas a verdaderos estados de afectación emocional, física, mental y espiritual. Para recuperar el control y emprender de nuevo el camino, luego de estas fuertes embestidas de la vida, se dependerá muchas veces de los asideros con los que cuente cada persona, así como de las personas que estén a su lado y le ayuden como soportes sicológicos y espirituales.
Por otro lado, hay personas que ven las adversidades de la vida como oportunidades para crecer, desarrollar su potencial, y probar su capacidad de recuperación y de innovación. Son personas que, por lo general, suelen ser optimistas y han aprendido a elevar la mirada y observar el horizonte, más allá de la dificultad inmediata.
No es que las pruebas que deben enfrentar les resulten indiferentes o no les afecten tanto. Más bien, se trata de que han adquirido y desarrollado una serie de habilidades emocionales, mentales y espirituales que les permiten tomar de manera distinta las dificultades de la vida. Aprovechan esos momentos difíciles para replantearse metas, fortalecer ámbitos de su interior poco explorados, aprender de los problemas y no dejarse vencer por las adversidades momentáneas.
Una vez, un joven profesional exitoso, padre de tres niños pequeños, acostumbrado a ser muy independiente y auto suficiente, con amplias conexiones y espléndidas labores académicas, políticas y empresariales, de manera intempestiva e inesperada, experimentó un accidente físico ocular que le hizo perder súbitamente su visión primero, en un setenta por ciento en uno de sus ojos, y después, en un ochenta por ciento en el otro ojo. Obviamente, como era de esperar, desde ese momento, su vida cambió radicalmente. En un inicio, su mundo pareció derrumbarse, porque nada podía seguir siendo igual. Desde lo más pequeño, hasta lo más significativo. Desde su desplazamiento -ahora sin poder conducir su vehículo- hasta el replanteamiento de sus actividades laborales, académicas, políticas y empresariales. Todo debió ajustarse.
No le resultó nada sencillo ni a él ni a su familia. De hecho, como parte de las consecuencias de esta prueba, su matrimonio se fracturó severamente y su hogar debió soportar momentos muy difíciles. Las múltiples cirugías en sus ojos -practicadas en su mayoría en el exterior-, procurando mantener el reducido remanente visual que aún conservaba, le causó una dramática afectación financiera por muchos años. Cada mañana, al despertar, las sombras en sus ojos lo confrontaban con su limitación y su realidad… Por su mente emergían constantemente pensamientos de duda, temor y desconsuelo.
Pero ese joven no podía permanecer mucho tiempo en una postura de aflicción y lamento. Tenía hijos pequeños que debían salir adelante, que dependían de él financiera y emocionalmente. Y decidió luchar, realizar ajustes, aprender a convivir con su discapacidad visual y aprovechar todos los asideros afectivos, emocionales y espirituales que le fueron ofrecidos, para así convertir la dificultad en una valiosa oportunidad de vida.
Su vida cambió, es cierto, y en muchos ámbitos para bien. Su fe renovada en Dios le dio fortaleza y esperanza. La solidaridad y el amor de su familia y amigos entrañables fueron determinantes en su remozado proyecto de vida. Pero su actitud optimista y su espíritu de lucha fueron vitales. Con la dificultad que enfrentó, su visión física disminuyó severamente, pero su visión emocional y espiritual se amplió significativamente.
Este joven profesional salió adelante, no con poca dificultad, pero pudo trasmitirle a sus hijos, y a muchas personas a su alrededor, que la vida continúa, y es mucho mejor sacudirse el polvo de los vendavales y seguir hacia adelante que quedarse en el suelo sin ilusión y esperanza.
Los padres deben enseñar a los hijos, sobre todo con su propio ejemplo, a ver las dificultades que enfrentaran como oportunidades para crecer y salir más fortalecidos. Las adversidades se sobrevendrán irremisiblemente, forman parte de la vida misma, pero hay que observarlas como procesos que son, incluso, necesarios para derivar de ellos enseñanzas valiosas.
En la época del patrón oro, donde el valor de las cosas se medía por su referencia en oro, surgieron muchos materiales que intentaban imitar a ese precioso elemento. Una prueba para distinguir los artículos elaborados en oro de las simples imitaciones, consistía en pasarlos por el fuego. Los hechos en oro conservaban sus cualidades, mientras las imitaciones perdían su brillo y se destruían. Así sucede con las personas. Las dificultades hacen ver de qué material están hechas. Después de las pruebas, las personas optimistas, positivas, las que poseen un blindaje emocional, mental y espiritual bien afianzado, se ponen de pie y ven el presente y futuro con esperanza y como una nueva y valiosa oportunidad para ser mejores. Las que solo aparentan ser fuertes y positivas, pero no lo son genuinamente, en las pruebas verdaderas, se derrumban.
Por supuesto que no se trata de ser indolente ante las lesiones que producen las dificultades y las pruebas. Hay un tiempo para procesar el dolor, para la comprensión y la sensibilidad que produce el dolor propio y del prójimo. Pero se trata igualmente de tener una actitud que permita sobreponerse a la adversidad con fe y esperanza.
A los hijos hay que enseñarles a ver en las dificultades siempre oportunidades valiosas. Esta es una perspectiva optimista de la vida. Bien lo dijo Helen Keller -la extraordinaria mujer con discapacidad visual que siempre inspira con su ejemplo- : “El optimismo es la fe que conduce al logro. Nada puede hacerse sin esperanza y confianza”.
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