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madre e hija tomandose un selfie en la sala

Las familias, las nuevas tecnologías y las redes sociales

Una familia extendida, compuesta por un matrimonio con un par de hijos pequeños, otro iniciando su adolescencia, y los abuelos paternos, había aprendido a compartir sus vidas bajo el mismo techo en un ambiente donde prevalecían la cercanía, la armonía y la alegría. Era una familia donde las normas y límites estaban aparentemente bien definidos, donde el respeto era uno de los principales valores adquiridos y en donde la colaboración entre todos los miembros se asumía como práctica incuestionable.

Pero esta familia, al igual que muchas otras en el mundo, se vio sorprendida,  en pleno siglo XXI, con cambios tecnológicos que revolucionaron el mundo de las comunicaciones de manera muy drástica y veloz, debiendo realizar, como pudiesen, ajustes y replanteamientos a sus dinámicas, para adaptarse a la embestida constante de la «modernidad».

Como era de esperar, los pequeños del hogar nacieron prácticamente con las nuevas tecnologías, lo cual los hacían ser los «expertos»  en el manejo de los dispositivos electrónicos, a pesar de sus cortas edades. El adolescente también era bastante habilidoso con el uso de las nuevas tecnologías,  pero especialmente, en cuanto al manejo de contactos en redes sociales y búsqueda de información.
Por su parte, los padres vieron la irrupción de los cambios tecnológicos siendo aún jóvenes, en el último cuarto del siglo pasado, por lo que el proceso mental y práctico de los ajustes y adaptaciones, aunque más lento y parcial, les ha sido un poco más «amigable» que para los mayores de la familia.

En efecto, para los abuelos, la situación ha sido un poco más difícil. Para ambos, siendo apenas niños, el mundo de hoy solo podía imaginarse desde la ciencia ficción. Teléfonos celulares al alcance de casi todos, comunicación fluida e inmediata por internet, bibliotecas digitales, cajeros automáticos para retirar dinero, control en directo por medio de cámaras desde la computadora personal, conversaciones y reuniones de trabajo con varios usuarios en tiempo real desde distintas partes del mundo. Todo, un mundo muy diferente al que conocieron de niños y que hoy les exige prácticamente que se adapten para no quedar afuera u obsoletos.

En esta familia, el abuelo se ha animado un poco más, ha ido aprendiendo a navegar por internet, a comunicarse con sus amigos por skype, y a leer libros en su tablet, bajo la guía de los nietos más pequeños, quienes en ocasiones se muestran  oscilantes, entre divertidos e impacientes, por los lentos progresos del abuelo. En cambio, la abuela, desiste un poco más rápido y prefiere quedarse básicamente con su teléfono celular y su televisor.  

Este hogar es quizás un típico retrato familiar a inicios del siglo XXI, con una estructura y dinámica bastante solida, estable y saludable, pero que, no obstante, al igual que todas las familias, enfrenta desafíos relevantes. Uno de ellos, precisamente, tiene que ver con el uso de los dispositivos electrónicos y la comunicación en familia.

Los cambios dramáticos en la tecnología, ocurridos a partir de las últimas tres décadas del siglo pasado, han traído sin duda grandes y significativos progresos en todos los ámbitos del quehacer humano. En el campo de la investigación, la información y las comunicaciones, los avances han sido fabulosos. En cuarenta años, el mundo avanzó más de lo que en otros tiempos le llevó cientos de años; y se dice que, en la actualidad,  cada día ocurre un descubrimiento o tiene lugar una innovación en alguna parte del mundo.

De algún modo, estos cambios vertiginosos inciden en la mente y las emociones de las personas, les afectan en sus prácticas y comportamientos cotidianos, y, por supuesto, terminan por influenciar los contextos familiares. Los cambios tecnológicos, en sí mismos, no son para nada un problema, al contrario, puestos al servicio adecuado de la humanidad, son siempre provechosos. Pero un uso indebido, o un abuso de los mismos, pueden terminar por afectar desfavorablemente a las personas y a sus entornos.

En el caso de las familias, los padres deben velar porque sus hijos hagan un uso correcto de los dispositivos electrónicos. Cuidar la edad en que ya puedan tener acceso a ellos, regular el tiempo frente a sus celulares, computadoras y tablets, y supervisar el contenido del material al que se van a ver expuestos, así como a la comunicación que establecerán por medio de las redes sociales.
Debe tomarse en cuenta las edades de los hijos, las necesidades de uso -escolar, diversión, información- para planificar y realizar una debida utilización de los dispositivos electrónicos y del tiempo frente a ellos.  En la actualidad, la mayoría de  los centros educativos tienen incorporados o recurren a los medios electrónicos para realizar sus labores educativas. Por eso se debe supervisar el acceso y uso que tienen los hijos a estos dispositivos desde edades tempranas.

No hay que olvidar que esta labor de los padres, como muchas otras más, deben observarse como procesos formativos y educativos. Los padres tienen la responsabilidad de acompañar y enseñar a sus hijos para que puedan, por ellos mismos, hacer un uso adecuado de las nuevas tecnologías. Como todo proceso educativo, los padres deben empezar por ser modelos para sus hijos, es decir, deben mostrar a sus hijos que ellos hacen un uso adecuado y responsable de estos dispositivos, así como de las redes sociales.

Es probable que los hijos sepan un poco más que sus padres del uso de los dispositivos electrónicos, de las redes sociales y de otros recursos tecnológicos, por eso resulta conveniente que los padres o cuidadores se asesoren adecuadamente para supervisar periódicamente el uso correcto que los hijos están haciendo de estos medios y recursos. No se trata de convertirse en «detectives» o  «policías», ni de fundamentar esta labor reguladora y supervisora en la desconfianza, sino de estar alerta ante lo que los hijos puedan encontrar en un mundo donde abunda información sumamente valiosa, pero donde, lamentablemente, también existen muchísimos riesgos.

La familia extendida a la que se hizo referencia anteriormente, logró establecer algunas pautas importantes para aprovechar la tecnología en beneficio del sistema familiar. Establecieron regulaciones acordadas entre todos los miembros, incluyendo a los más pequeños. Por ejemplo, no establecer contacto o «amistad» con desconocidos, y cuidar la información o fotografías personales que se comparten en las redes.  De igual manera, no visitar páginas o sitios web que puedan tener contenidos que se consideran ofensivos o peligrosos, de acuerdo con las normas, valores y principios de la familia.
Cuando se reunían a cenar o compartir los fines de semana, dejaban  sus dispositivos electrónicos a un lado y apagaban el televisor, acordaron cuidar celosamente su comunicación y diálogo  mientras estaban juntos.

Entendieron que la mejora en la comunicación hacia afuera no puede ir en detrimento de la comunicación hacia adentro, que los dispositivos -cuando se usan inapropiadamente- alejan y hasta enfrentan a los cónyuges, a los padres e hijos, y a los abuelos y nietos… Esta familia, en su diálogo y convivencia intergeneracional, encontraron un adecuado aprovechamiento de la tecnología y de las redes sociales.

Por eso, una familia que use responsable y adecuadamente la tecnología y las redes sociales, encontrará en estos recursos un aprovechamiento para mejorar, crecer, compartir y disfrutar.  No hay que tener temor con la tecnología y las redes sociales, hay que saber usarlas -y enseñar también a los niños y adolescentes a hacer un buen uso de ellas- para que sean vías efectivas de edificación y no de destrucción. 

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