Dentro de las funciones más importantes que tienen los padres y las madres de familia, se encuentran las de cuidado, crianza y educación de los hijos. Cuando por diversas situaciones los padres no están presentes, estas responsabilidades son asumidas -y en muchas ocasiones de manera extraordinaria y altamente positiva- por otros familiares o instancias tutoras; pero, aún así, no cabe duda de que son los padres y madres quienes mejor las pueden ejercer para procurar el mayor bienestar de los menores.
En cuanto al cuidado de los hijos, en los hogares contemporáneos es muy frecuente encontrar que ambos progenitores trabajen fuera del hogar y, por lo tanto, que tengan que delegar esta función o apoyarse parcialmente en un familiar cercano, niñera o centro de cuido. Pero son las tareas de crianza y educación las que difícilmente pueden y convienen delegarse, ya que los padres, aunque estén dedicados a múltiples responsabilidades laborales, deberían siempre asumirlas, orientarlas y darles el debido seguimiento, por los efectos directos que tienen en el desarrollo integral de sus hijos. Criar hijos es una maravillosa experiencia, así como una inmensa responsabilidad. Siempre lo ha sido, pero el siglo XXI coloca a los padres y a las madres frente a desafíos y dinámicas muy complejas.
En el pasado, por razones históricas, culturales y sociales, la mayor responsabilidad en la crianza de los hijos recaía en las madres. En la actualidad, cada vez se asume y consolida más el concepto de corresponsabilidad en la crianza de los hijos. Un concepto de responsabilidad compartida, del cual se benefician directamente los hijos al contar en su desarrollo con los aportes emocionales y afectivos de ambos progenitores, pero del que también se benefician las madres y los padres al poder contar el uno con el otro en el ejercicio de esta hermosa función.
Las madres siempre han sido dedicadas, abnegadas, entregadas y han estado muy presentes en las labores de crianza de sus hijos. Pero los padres han estado muchas veces alejados de esta tarea, asumiendo otras responsabilidades más relacionadas con la provisión económica y la disciplina.
Actualmente, los padres están más implicados en la crianza de sus hijos, y esto ha hecho que los hijos puedan sentir más de cerca los beneficios de la paternidad responsable y afectiva. Para los padres, su mayor dedicación e implicación les ha hecho descubrir un mundo maravilloso de manifestaciones emocionales y afectivas, muchas veces eclipsado o retenido por prejuicios o estereotipos culturales absurdos y erróneos.
En cualquier caso, los padres y las madres deben aprender y prepararse de la mejor forma posible para poder acompañar a sus hijos en su proceso de desarrollo y de crianza. Si bien es cierto que todo padre y madre desarrolla de forma natural la mayor parte de las manifestaciones emocionales y afectivas para el desarrollo de una adecuada y saludable maternidad y paternidad, también es cierto que una preparación mayor proporcionará mejores recursos y habilidades para asumir estas labores de crianza.
Conocer y prepararse para poder brindarles a los hijos una adecuada salud física. En efecto, en la crianza es indispensable saber escoger la apropiada alimentación que requieren los hijos, en sus distintas etapas de desarrollo. Los ejercicios y juegos que requieren para su desarrollo y crecimiento, así como el poder advertir algunas señales o indicadores que prevengan enfermedades o incidentes que afecten o comprometan la salud de los menores.
Además, es muy importante en la crianza de los hijos, el acompañamiento cercano y el suministro adecuado de un soporte sólido y estable a nivel emocional y afectivo. Los hijos necesitan saber que cuentan con ambos padres, saber que están lo suficientemente cerca para acudir a ellos cuando requieran de un consejo, una opinión o un apoyo concreto. Asimismo, necesitan saber que encontrarán en ambos padres la sonrisa, el abrazo, el beso, la comprensión y el amor que les brinde ánimo, seguridad y confianza.
Pero igualmente en la crianza es indispensable la transmisión de valores y principios éticos y espirituales. Los padres deben proporcionarles a los hijos unos fundamentos éticos y morales que les permitan saber conducirse a lo largo de sus vidas. El amor a la vida, al prójimo y a la naturaleza, el respeto, la honestidad, la perseverancia, la integridad, la responsabilidad, la solidaridad, la humildad, el trabajo, son valores que se aprenden e incorporan desde edades muy tempranas.
De la misma manera, los padres deben poder, con sabiduría y respeto, trasmitir a sus hijos su fe y convicciones espirituales. Enseñarles, por ejemplo, el amor a Dios, la esperanza, la gratitud y la fe, para poder admirar y disfrutar las bendiciones recibidas en la vida, así como para poder enfrentar las adversidades cuando éstas se presenten.
Por supuesto que todas estas enseñanzas resultarán más efectivas en la medida en que los padres las puedan trasladar a sus hijos no solo por medio del diálogo cotidiano y el acompañamiento cercano y permanente, sino también, y sobre todo, por medio del propio ejemplo; es decir, de la observación que hagan los hijos de la aplicación de este conjunto de hábitos, convicciones, principios y valores, en la propia vida de sus progenitores.
Resulta altamente conveniente que los padres se preparen para establecer un sistema de normas, reglas, límites y medidas correctivas y disciplinarias en su hogar. En este sentido, ambos progenitores deberían llegar a acuerdos sobre este aspecto, para que ambos lo puedan aplicar con sus hijos sin incoherencias, confusiones y contradicciones e inconsistencias.
Los límites y la aplicación eventual de medidas disciplinarias ante los hijos, tienen como propósito la enseñanza y la educación de los menores, pero éstas deben estar acompañadas siempre de mucho amor, comprensión, diálogo y apertura. Para una adecuada crianza de los hijos, se debe aplicar al respecto el sabio consejo de los abuelos: «amor, con rigor… ».
Criar hijos saludables es un hermoso y relevante desafío. Es una maravillosa aventura donde ambos padres deben estar implicados con una elevada dosis de responsabilidad, pero siempre con una fundamental actitud de disfrute. Para hacerlo bien conviene preparase, aprender, y buscar consejo, si fuese necesario. Hoy en día existe mucha información en literatura impresa y digital, numerosos centros de apoyo especializados y profesionales en distintos campos que pueden orientar y asesorar a los padres de familia.
Aún así, se podrán cometer errores, porque no hay padres perfectos, pero esto no debe desanimar ni hacer sentir descalificado o desautorizado a ningún padre o madre. Al contrario, los errores cuando se identifican, se asumen y se corrigen frente a los hijos, hacen crecer la confianza en todos, fortalecen el aprendizaje y posibilitan una mayor aproximación de afectos y voluntades.
En todo caso, el fin principal de todo proceso de crianza es ver a los hijos crecer seguros, saludables, confiados, independientes y felices. Bien lo afirmó el escritor Mario Sarmiento: «Educar a los hijos es, en esencia, enseñarles a valerse sin nosotros».