Existe un principio fundamental cuando un hombre y una mujer deciden unir sus vidas para iniciar un proyecto común mediante el matrimonio. Se trata del precepto bíblico de “dejar a su padre y su madre y de unirse a su cónyuge para ser uno solo”. Al entender este precepto en su verdadero sentido, se posibilita el inicio de una nueva realidad familiar libre de muchos inconvenientes.
Por supuesto que dejar a su padre y a su madre, no significa abandonarlos ni desentenderse de ellos. Al iniciar una vida conyugal, la pareja debe dejar a sus familias de origen para concentrarse en la construcción de su propia y nueva realidad familiar. Ambos cónyuges podrán continuar cerca de sus padres y familiares, pero entendiendo que esa eventual proximidad física y emocional no debe significar nunca un involucramiento insano o una intervención desmedida.
Con los padres y suegros, es conveniente establecer, en la medida de las posibilidades, una relación cercana, saludable, positiva, cordial, afectuosa y de respeto recíproco. En las familias de origen, la nueva pareja debería de encontrar amor, apoyo, consejo, orientación y solidaridad.
El problema surge cuando, por un lado, uno o ambos cónyuges no rompen el “cordón umbilical” con sus padres y mantienen lazos de dependencia con ellos que impiden el desarrollo saludable de la nueva familia.
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Pero, además, puede suceder que los padres o suegros no comprendan ni respeten la necesaria independencia y autonomía de los nuevos cónyuges, y pretenden continuar diciéndoles lo que deben hacer sus hijos en las distintas esferas de la vida matrimonial o familiar. Estos son padres interventores que, aunque en ocasiones, les inspira muy buenas intenciones, terminan por obstaculizar el desarrollo de la nueva realidad familiar, con sus propias características, normas y dinámicas, que podrían, incluso, diferir en mucho de las que regulan las dinámicas en las familias de origen.
Desde esta perspectiva, la nueva pareja debe asegurarse de que, con relación a sus padres y suegros, lo más conveniente es aplicar la frase “cercanía necesaria con distancia saludable”. Es decir, con la familia de origen se debe aspirar a mantener un vínculo amoroso cercano, pero a una distancia apropiada que permita el desarrollo autónomo de las decisiones y acciones de la nueva pareja.
El establecimiento y respeto de estas fronteras físicas y emocionales facilitará el entendimiento y disminuirá los riesgos de intervenciones inconvenientes que puedan causar fisuras en la relación propia de la pareja o entre ésta y sus respectivas familias de origen.
El delimitar de manera clara y temprana estas fronteras, ayuda a que los nuevos cónyuges no tengan que pasar luego por indisposiciones, incomodidades y discusiones innecesarias, provocadas por el excesivo involucramiento -consciente o inconsciente- de padres y suegros.
Cuando la presencia e intervención de padres y suegros es ya excesiva, repetida y poco saludable, la pareja debe hacer un alto, conversar serenamente y acordar nuevas pautas para transmitirlas con amor, respeto y transparencia a sus familias de origen. En este caso, la pareja debe lograr entenderse primero y llegar a acuerdos plausibles, procurando evitar que de esta situación se deriven resentimientos y/o conflictos entre ellos o con sus respectivas familias de origen.
Sin embargo, la participación excesiva e inconveniente de “terceras personas” en el matrimonio, puede también provenir de otros familiares, de amistades, compañeros de trabajo o vecinos. Al igual que en el caso de padres o suegros, para estas otras personas, el establecimiento de límites es fundamental.
El matrimonio no es una realidad en la que los esposos se deban aislar del mundo que los circunda. Por el contrario, es sano para la pareja desarrollar y mantener relaciones afectivas y cercanas con familiares y amigos.
El problema ocurre cuando esas relaciones empiezan a afectar la dinámica íntima de la pareja o de la nueva familia. Mientras los ámbitos físicos, afectivos y emocionales estén claramente delimitados no solo no habrá riesgos, sino que podrán ser estas vinculaciones muy positivas para la pareja; pero cuando las intervenciones se vuelven muy cercanas y desmedidas, pueden llegar a amenazar la vida conyugal y familiar. Una vez más, para este tipo de relaciones, conviene aplicar la frase “cercanía necesaria con distancia saludable”.
En efecto, los cónyuges deben reconocer y aplicar los límites de afecto, interés, respeto y prudencia que deben existir de parte de la pareja con otros familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos. Colocar límites en los tiempos y temas de las conversaciones, en las ocasiones y lugares en donde se suscitan los encuentros, y en la proximidad e identificación a la hora de compartir preocupaciones o proyectos personales o de pareja.
Las fronteras aquí también deben estar muy bien definidas y blindadas para que no sucedan inconvenientes y sorpresivas confusiones o excesos de confianza que puedan dañar la relación conyugal.
El matrimonio es un lugar para desarrollar un vínculo estrecho, íntimo, único, entre dos personas que se unen para ser una sola unidad. A partir de esta hermosa realidad conyugal se construye la nueva familia. Con las “terceras personas” -sean padres, suegros, otros familiares, amigos, compañeros de trabajo o vecinos-, la pareja debe mantener una necesaria y favorable proximidad que les ayude a crecer y disfrutar, pero con una clara y saludable distancia física y emocional que les permita resguardar su intimidad, autonomía e identidad.
*Jesús Rosales Valladares estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Costa Rica. Además se ha desarrollado como consejero familiar e investigador social en temas de políticas públicas y familia por más de treinta años.
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