Hoy en día, la hombría está en crisis. El término “adolescencia prolongada”, cada vez más preciso, no se refiere a las chicas que no crecen. Intuitivamente sabemos que se refiere a los hombres de entre 20 y 30 años. Los datos lo confirman: los hombres se están rezagando frente a las mujeres en la educación superior, tienen mayores índices de desempleo, y muchos de los oficios históricamente masculinos están desapareciendo. Además, presentan más probabilidades de vivir en situación de calle y de consumir drogas o alcohol en niveles problemáticos. El 99% de la población carcelaria es masculina, así como el 98 % de los condenados a muerte. A los hombres no les va bien. En muchos sentidos, se están convirtiendo en el «sexo débil».
Gran parte de esta realidad tiene relación con la naturaleza misma de la hombría y con una verdad que puede sonar extraña, pero que es clave para comprender lo que ocurre:
en términos de desarrollo humano, la hombría saludable no surge de manera automática.
Ser varón ocurre por biología. Pero convertirse en hombre es un proceso distinto: implica carácter, responsabilidad y comportamientos que deben aprenderse y cultivarse. La hombría debe formarse, y cuando este proceso no sucede, no aparece por sí sola. De ahí la interminable adolescencia masculina, que a menudo adopta la forma de un tipo que vive en el sótano de la casa de sus padres.
En la mujer ocurre algo distinto. Su propia biología impulsa de manera natural a la niña a desarrollarse como una mujer saludable. A medida que su cuerpo madura, por dentro y por fuera, comunica a ella misma y a quienes la rodean un mensaje claro sobre quién es y en quién se está convirtiendo. Ese proceso la orienta con fuerza en una dirección muy específica. Su familia y su comunidad también comienzan a relacionarse con ella de forma distinta debido a ello.
La transición de un niño hacia la hombría no está predeterminada de manera similar. Debe crearse con una significativa intencionalidad. En otras palabras, la edad adulta masculina es una conducta que debe enseñarse y una identidad que debe ser otorgada por la familia del niño y la comunidad más amplia de hombres: sus padres, su familia extendida y la comunidad que lo rodea.
¿Cómo se forma un hombre?
La naturaleza masculina no va naturalmente en la dirección que la sociedad necesita que vaya. Está más orientada hacia los extremos: letargo y pasividad, o agresión y oportunismo sexual. La hombría debe ser forjada. Margaret Mead es una de las primeras antropólogas que estudió el fenómeno social de la hombría. En su libro en inglés Male and Female (Hombre y Mujer) (William Morrow & Co., 1968) observó esta necesidad:
En todas las sociedades humanas conocidas, en todas partes del mundo, el joven varón aprende que, cuando crezca, una de las cosas que debe hacer para ser un miembro pleno de la sociedad es proporcionar alimento [y protección] a alguna mujer y a sus hijos. … Toda sociedad humana conocida se basa firmemente en el comportamiento aprendido de crianza de los hombres.
Explica por qué debe hacerse esto intencionadamente generación tras generación: «Este comportamiento, al ser aprendido, es frágil y puede desaparecer con bastante facilidad en condiciones sociales que dejen de enseñarlo eficazmente».
En el caso de las mujeres, ocurre exactamente lo contrario. Hay que presionarlas ideológica y políticamente, con gran potencia, para que abandonen e ignoren a sus hijos. La hombría debe demostrarse. Es en gran medida una acción. La feminidad es una esencia. La hombría se hace. La feminidad es.
Esto nos lleva al punto del problema.
Las dos fuerzas más desestabilizadoras en cualquier cultura —decía Mead— son la sexualidad masculina sin límites y la fuerza física sin guía. Si una sociedad no regula estas energías, la convivencia se fractura. Solo cuando estos impulsos se encauzan hacia el bien, puede surgir una comunidad segura, estable y saludable. Solo entonces pueden prosperar las mujeres y sus hijos. Como explicó Mead, no existe ninguna cultura humana que se haya mantenido sin hacer esto.
Ahora, lo que se debe aprender se debe enseñar, y cuanto más trascendente es, mayor intencionalidad requiere. La hombría solo puede ser realmente enseñada y desarrollada por hombres mayores, instruyendo y mostrando lo que se espera del muchacho para formar parte de la fraternidad de los hombres buenos. Las madres y las novias no pueden hacerlo.
Las esposas son diferentes: desempeñan un papel clave. Lo que esperan y exigen de sus maridos sirve de poderoso motor y lo ha hecho en todas las culturas desde el principio. Pregunte a un hombre que lleve casado 10 años o más si su esposa le ha hecho mejor hombre. Todos sabemos cuál será su respuesta.
La construcción del hombre es indiscutiblemente la primera obra de la formación de la familia y de la sostenibilidad de la comunidad, ya que afecta a la industria y la economía, a la delincuencia, a la atención médica, a la educación y a cualquier otra parte esencial de cualquier comunidad. Es la tarea de la cultura y el bienestar humanos.
La cuestión primordial es cómo una generación de hombres logra esto en su servicio a la siguiente generación de mujeres, niños y sociedad. Y en particular, ¿cómo lo hacemos en la cultura actual con todos sus desafíos únicos? Esta pregunta y su respuesta deben convertirse en una preocupación nacional.
¿Cuáles son las cualidades de la hombría?
Cuando decimos que alguien «no es un hombre», sabemos inequívocamente dos cosas sobre esta persona:
- Él es un hombre (la afirmación no cuestiona su sexo).
- Lamentablemente carece de algunas cualidades básicas de la hombría.
La hombría no tiene tanto que ver con la anatomía y la edad como con un tipo particular de carácter. Si todos no tuviéramos la idea general de que la hombría es algo definido y distinto, la afirmación «No es un hombre» tendría poco significado. Pero tiene un significado inmediato, y lo tomamos como una fuerte reprobación a la persona.
La feminidad no está tan cargada de expectativas morales inherentes. La hombría sí, y es necesario comprender esto al considerar lo que hace a un hombre.
Entonces, ¿cuáles son las cualidades de carácter que caracterizan a un hombre sano?
Para ser auténticas, estas cualidades que marcan la hombría deberían aplicarse en general a los hombres de diversas culturas, no solo a la nuestra. Esto revela lo que Dios ha puesto en la humanidad y lo que Él ha hecho que el hombre sea, no solo lo que una cultura en particular espera. Al tratar de llevar a los hombres jóvenes a una hombría sana y auténtica, debemos preguntarnos: «¿A qué aspiramos, y cómo se ve esto cuando se hace con éxito?»
Esta cuestión puede ser más compleja de lo que muchos suponen. Uno puede ser un «buen hombre» y ser bastante diferente en temperamento, talentos e intereses que otros hombres. Teddy Roosevelt era un «buen hombre» distinto de Abraham Lincoln. El Sr. Rogers no era Chuck Norris. Yo-Yo Ma no es Franklin Graham. Sin embargo, cada uno de ellos era, o es, un buen hombre. Pero estas diferencias no significan que no podamos hablar con sentido y sinceridad sobre lo que es y lo que no es la hombría. Los hombres buenos tienen cualidades básicas comunes.
Aunque ciertamente no es exhaustiva ni completa, esta lista es una recopilación de muchas de las cualidades más importantes, ampliamente practicadas y culturalmente esperadas de la hombría según antropólogos, psicólogos y sociólogos que han estudiado la naturaleza de la hombría a través de diversas culturas y épocas.
Valentía: Un hombre no se amedrenta ante un desafío inevitable, independientemente del riesgo. Afrontará el peligro, las dificultades y la abnegación cuando se le pida por el bien de los demás.
Da un paso adelante: Un hombre es el primero en levantarse de su asiento (en sentido figurado y literal) cuando surge una necesidad. Resuelve los problemas y toma la iniciativa. La pasividad nunca es masculina.
Provee y protege: Un hombre ha aprendido y está dispuesto a proveer y cuidar a una mujer en particular y a sus hijos en común. No se desentiende de este deber. Aunque nunca se case, es el tipo de persona que podría hacerlo y, de hecho, mantiene a los demás de diversas maneras. Como concluye el antropólogo David Gilmore, «un hombre produce más de lo que consume», y la comunidad se beneficia de su trabajo y generosidad.
Autonomía: Un hombre puede valerse por sí mismo sin depender de otros para su bienestar. El lema de los Boy Scouts es «Hay que estar preparado», porque el hombre no quiere tener que depender de la preparación de los demás. Sin embargo, no es un solitario. Está dispuesto a trabajar con los demás.
Honestidad y fuerza moral: Un hombre hace lo que es correcto y llama la atención a los que no lo hacen. Trata a los demás con integridad. La tentación se presenta a todo hombre, pero las decisiones y acciones que toma a la luz de ella determinan significativamente su hombría. Se puede confiar en él para que haga lo correcto cuando nadie está mirando. Mantiene su palabra y es confiable.
Tenacidad: Un hombre no se rinde fácilmente ni se acobarda ante los retos o la adversidad. Se mantiene firme y quiere superar los obstáculos. «No se puede hacer» no es una conclusión a la que llegue fácilmente.
Autocontrol: Un hombre es consciente de los límites que le son propios —su fuerza, sus apetitos, su independencia, su lenguaje y su poder— y los respeta. Pide a los demás que hagan lo mismo.
Bajo autoridad: Un hombre reconoce que está bajo la autoridad de otro —ya sea un jefe, su propio padre, su pastor o Dios— y actúa en consecuencia. Está dispuesto a desafiar respetuosamente a los que tienen autoridad cuando la conciencia se lo exige, pero nunca es un simple rebelde.
Muestra respeto: Un buen hombre se respeta a sí mismo y a los que conoce, independientemente de su posición. Les mira a los ojos. Da a otro un apretón firme de mano. Ofrece palabras de respeto como «Sí, señor/señora» o «Gracias, señor». Un hombre ayuda a los demás a sentirse valiosos.
Lealtad: Un hombre es leal a su familia, a sus amigos y a otras personas cercanas, incluso a costa de sí mismo.
Humildad: Un hombre estima a los demás como valiosos y los enaltece. No se alaba a sí mismo. Comprende la importancia y la fuerza de disculparse y pedir perdón cuando ha ofendido o defraudado a otros.
Compasión: Puede parecer una cualidad femenina, pero un hombre ve la dificultad de los débiles y de los que tienen problemas y acude en su ayuda. Es una fuerza moral. Un hombre no se aprovecha de la debilidad de una persona inocente.
Vive su carácter: Por último, si la hombría es un conjunto diferenciado de rasgos de carácter, la cualidad final es que los vive en acción, y lo hace de manera visible en la comunidad.
Sin duda, las mujeres hacen muchas de estas cosas. Sin embargo, tienden a hacerlas de manera diferente a los hombres, y a menudo por razones diferentes en situaciones diferentes. La mayoría de la gente lo reconoce fácil e intuitivamente. Por ejemplo, es cierto que las mujeres mantienen y protegen a sus familias. Pero en todo el mundo reconocemos intuitivamente que los hombres y las mujeres tienden a hacerlo de manera diferente. No hay ninguna cultura en la que nos confundamos al observar a hombres y mujeres haciendo estas cosas por la familia.
Por último, ningún hombre posee todas estas cualidades en su totalidad. Pero esperamos que un hombre se esfuerce por conseguirlas y no estaremos satisfechos con él si muchas de ellas están tristemente ausentes. Decimos cosas como: «Él no es un buen hombre» o «Tiene que hacerse hombre».
El cristianismo es único porque en él vemos que Dios se hizo hombre: plenamente Dios, plenamente hombre. Y no es casualidad que se hiciera hombre y no mujer. Fue la voluntad perfecta de Dios.
Jesús se convirtió en el ideal de la hombría, mostrando todas las cualidades de un buen hombre. Era fuerte, asumía la responsabilidad de sus actos, servía y proveía a los demás. Cuidó y atendió a los débiles. Decía la verdad con fidelidad y gracia. Demostró integridad en todo lo que hizo. Era un hombre bajo autoridad. Se enfrentó a los poderosos y les llamó la atención cuando fue necesario. Fue el ejemplo máximo de humildad, fuerza moral, autocontrol y compasión. Siempre hizo lo correcto. Por último, se entregó total y plenamente por los demás. Resistió y venció al enemigo más grande del universo. Salió victorioso, y nos invita a cada uno de nosotros a convertirnos en beneficiarios de todo lo que Él ha hecho por nosotros. Eso es ser hombre.
Quien quiera aprender lo que es un hombre de bien, no tiene más que estudiar e imitar la vida de Jesús. Está ahí, en el Evangelio.