Nos convertimos en buenos padres cuando heredamos a nuestros hijos un buen nombre. Un nombre que les abra puertas y les permita levantarse sobre nuestra reputación. Esto es inspirado a través de la integridad, la honestidad y el espíritu de servicio. Un buen nombre no se construye de la noche a la mañana, es algo que toma tiempo.
La integridad se define como el atributo de ser coherentes en lo que creemos, en nuestra forma de pensar, de expresarnos y de comportarnos. La integridad debe ser un estilo de vida que se fortalece en el interior de nuestro ser y que se manifiesta en todas las áreas y momentos de nuestra cotidianidad; no es negociable.
Una persona íntegra es honrada, honesta, respeta a los demás, es responsable, conduce sus emociones, es leal, se respeta a sí misma, y es congruente entre su vida pública y privada. Es una persona en la que se puede confiar, porque hace lo correcto y si comete un error, lo reconoce.
Una persona íntegra inspira respeto en las personas más cercanas, es decir, nuestra familia. Nuestra integridad constituye el fundamento para construir el éxito personal y facilita el camino para que nuestros hijos lo alcancen también.
Si perdemos nuestra integridad, perderemos la influencia positiva en la vida de nuestros hijos, la relación se volverá superficial y repetirán aquello en lo que no fuimos honestos. Nuestros hijos nos observan en silencio y, con el paso del tiempo, llegan a parecerse a nosotros, por eso, determinemos ser buenos padres, esto les ayuda a crecer como personas seguras y confiadas.
¿Cómo sé si estoy modelando integridad?
- Tengo una escala de valores clara y bien definida.
- La mayor parte del tiempo, trato de ser coherente entre mis pensamientos y acciones.
- Me comunico de forma sincera, franca y respetuosa.
- Procuro un carácter fundamentado en la verdad.
- La mayor parte del tiempo cumplo mis promesas.
- Valoro y aprecio a mi familia.
- Me preocupo por el crecimiento personal de los demás.
- Practico la humildad.
