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Hija mayor dandole un beso a su padre anciano

Mis hijos mayores aún viven conmigo

En una mesa redonda sobre políticas familiares a la que asistí hace un par de años en la ciudad de Jalisco, México, invitado por la Dirección Integral de Familia (DIF), compartí algunas reflexiones acerca de los cambios que habían experimentado las familias en los últimos años en la región.

Entre esos cambios, uno que considero muy importante es el que los hogares han venido observando, cada vez con más frecuencia, que los hijos mayores prolongan su permanencia en la casa de sus padres.

De acuerdo con varios estudios realizados por parte de centros de investigación especializados, como el Pew Research Center, esta situación crece en la sociedad y produce en los padres un choque de emociones; porque, por un lado,  casi siempre  se sienten felices de que sus hijos puedan compartir con ellos mucho más tiempo de convivencia, pero, por otro lado, les preocupa que una excesiva permanencia pueda causar dependencia y falta de responsabilidad de parte de sus hijos.  

Por este motivo es que surge una pregunta entre los padres: ¿Existe un tiempo adecuado para que los hijos se marchen del hogar de sus padres, se independicen y asuman la responsabilidad al frente de sus propios hogares? Aunque la respuesta apunta a que no existe un tiempo preciso, es conveniente comprender primero las razones por las cuales los hijos se mantienen hoy en día más tiempo en casa de sus padres, y establecer algunas pautas de convivencia para que el tiempo compartido no se constituya en un factor de tensión o conflicto en el hogar.

Aunque esas razones puedan variar entre los países de la región, a partir de sus propias especificidades, en general, existen factores socio-económicos y psicológicos que vale la pena señalar. Un primer aspecto se relaciona con la cultura latinoamericana, la cual propicia que las vinculaciones familiares sean aún muy fuertes, y los hijos piensan mucho más en las consecuencias que se pueden derivar de su eventual independencia. 

En efecto, los hijos mayores, especialmente los que se ubican en el segmento etario de los 25 a los 35 años,  pueden tener muy presente como meta, a mediano plazo, la salida de casa de sus padres, pero antes de tomar la decisión, esperarán reunir las mejores condiciones posibles para establecerse fuera del hogar. Mientras eso sucede, se sienten muy cómodos con la cercanía y dinámica de las relaciones familiares, así como con la seguridad y estabilidad que les brinda el hogar de sus padres.

Un segundo aspecto tiene relación con el estudio. En la actualidad, la competencia profesional y laboral le exige a los jóvenes mayores niveles de preparación académica, lo cual significa más años de estudio para obtener títulos de especialización, maestría o doctorado.  Como lo señalan algunos estudios del Instituto de Estudios Superiores de la Familia de la Universidad de Catalunya, muchos jóvenes retrasan la opción de su propio  proyecto familiar, porque sienten que es excluyente a su prioridad de formación profesional o a su proyecto laboral.

Desde esta perspectiva, los jóvenes prefieren quedarse en casa de sus padres, terminar sus carreras profesionales, continuar con la obtención de posgrados académicos, e iniciar y consolidar sus proyectos laborales, antes de pensar en salir de casa de sus padres.

Esto nos lleva al tercer aspecto, el cual corresponde al factor económico. Mientras los jóvenes terminan de estudiar y se consolidan en sus lugares de trabajo, la permanencia en casa de sus padres les significa ahorro de recursos e, incluso, en no pocos casos, de tiempo y atención, porque asumen que el lugar donde viven es de responsabilidad casi exclusiva de sus padres.

Los hijos mayores sienten que la responsabilidad mayor de la casa que habitan es de sus padres y no de ellos, pero aunque en principio eso sea cierto, ellos también deben participar como corresponsables del hogar, tanto en cuanto a  tareas específicas del hogar como en cuanto a asumir algunos gastos del presupuesto familiar, sobre todo si ya están laborando.

En mi experiencia de consejería familiar, he visto que, cuando ocurren situaciones de tensión o conflicto familiar, producto de la convivencia de padres con sus hijos mayores, se suelen presentar principalmente problemáticas alrededor de las exigencias que tienen muchos hijos con relación a lo que esperan recibir de sus padres (alimento, ropa limpia, apoyo económico, mayor libertad e independencia), en contraposición a las expectativas que tienen los padres respecto a lo que los hijos deben de aportar al hogar, en cuanto a información sobre sus actividades, cumplimiento de tareas asignadas, horarios y, eventualmente, dinero si los hijos laboran.

En este mismo sentido, la especialista ecuatoriana Martha Caicedo de Arellano, psicóloga educativa y terapeuta familiar, señala que “...ya que existen consecuencias que afrontan la mayoría de los padres que viven con hijos mayores, los progenitores deben exigirles apoyo económico y cumplimiento de algunas normas”. De acuerdo con esta especialista, cuando los hijos mayores prolongan su estancia en casa de sus padres,  “…les cortan esa etapa de descanso, de poder disfrutar su edad sin la responsabilidad de estar pendiente si llega o no llega el hijo, lavarle la ropa o tenerle la comida lista; tienen una sobrecarga económica, perjudica su convivencia y altera su salud… y en los padres de tercera edad, alteran su paz y tranquilidad…”.

De acuerdo con los expertos, la mayoría de los padres siempre van a amar a sus hijos y van a querer apoyarles  sin importar la edad. Pero siempre será aconsejable poner normas y límites a los hijos mayores que deciden prolongar su permanencia en casa de sus padres, con el propósito de asegurar que se continúa trabajando por consolidar  su responsabilidad e independencia.

El que los hijos mayores sean personas adultas, no significa que no deban cumplir con las normas del hogar de sus padres. Si ellos se mantienen en casa, deben seguir las reglas establecidas por sus padres. Por supuesto que los padres deben considerar que estos hijos no son menores y  que no pueden tratarlos como si lo fueran, exigiéndoles que pidan permisos, brinden información excesiva y que cumplan horarios de llegada insensatos. Por eso es muy importante el diálogo permanente, el entendimiento y los acuerdos para evitar situaciones desafortunadas de estrés y conflicto familiar innecesarios.

Si los hijos trabajan, es conveniente que contribuyan económicamente con algunos gastos de la casa, como de la luz, agua, teléfono o de supermercado. También será importante que ayuden  en las tareas domésticas, al menos en las cosas que ellos utilizan directamente, es decir, que se encarguen de servirse su comida, de lavar y planchar su ropa, etc.

Será relevante que los hijos mayores se sientan parte de la familia y, por lo tanto, participen junto a los otros miembros en las tareas cotidianas. Si el padre o la madre hacen la cena, que ellos sirvan o laven la losa después de la comida.

Finalmente, será importante coordinar las labores de limpieza del hogar con ellos, y que asuman también el aseo de su propia habitación. De igual forma, el hecho de que sean adultos no implica que no deban reportar si van a llegar tarde o si se van a quedarse el fin de semana u otro día fuera del hogar. La adecuada información es siempre indispensable para la sana convivencia.

En una época donde es una realidad que los hijos permanecen más tiempo viviendo en casa de sus padres, es importante fortalecer los vínculos dentro del hogar y garantizar el respeto a los espacios y tiempos de todos los que cohabitan en él, con el propósito fundamental de que los hijos se preparen plenamente para asumir su  independencia y responsabilidad en su futuro hogar, así como  asegurar una mayor y más sana convivencia familiar mientras llegue ese momento.

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