Los especialistas que estudian la realidad de las familias coinciden en destacar la relevancia del matrimonio como fundamento de la construcción familiar. De alguna u otra manera, esta perspectiva también es confirmada por antropólogos y sociólogos, cuando indican que en los diversos contextos socio-históricos, el ser humano ha buscado conformar estructuras familiares fundamentadas en un núcleo básico que brinda seguridad, permanencia y estabilidad a sus miembros. Ese núcleo básico, con sus obvias especificidades según cada contexto, se refiere a la unión matrimonial.
Una de sus principales características es que le posibilita a la pareja un marco de estabilidad, seguridad y permanencia, a partir de un vínculo de amor, entendido no como sentimiento transitorio, sino como ejercicio de voluntad y de permanente compromiso.
Pero si esta es la realidad del matrimonio, ¿por qué entonces tantos divorcios o separaciones? La respuesta no se encuentra en el concepto o en las características del vínculo matrimonial, sino más bien en algunas personas que no viven y atienden la vida conyugal como se debe. Es decir, si una persona compra un artefacto electrodoméstico, el cual trae un manual que indica la forma en que se debe usar para que funcione adecuadamente, y no lo hace, no sigue las instrucciones del manual, el fallo del equipo electrodoméstico no se encuentra en él, sino en el manejo inapropiado que hacen de él las personas.
De igual forma con el matrimonio. En la actualidad, muchas personas están influenciadas por el pensamiento posmoderno relativista, que al decir del filósofo Zygmunt Bauman, hace que las personas asuman relaciones poco estables, débiles y sin compromiso. Una sociedad líquida, en donde todo es fugaz, efímero y pasajero. Cuando surgen los problemas y las dificultades propias de la vida matrimonial, muchos optan por lo más fácil y sencillo, aunque no lo menos perjudicial para todos los miembros del hogar: el divorcio o la disolución matrimonial.
A partir de esta perspectiva, las estadísticas muestran que en los últimos lustros en América Latina, los matrimonios han disminuido y los divorcios aumentado. Ciertamente el panorama de las familias se ha venido modificando y, por supuesto, las consecuencias para los miembros que las conforman -principalmente los menores- y la afectación para la sociedad.
Del mismo modo, los casos de convivencia de parejas sin casarse ha aumentado en los últimos años en prácticamente toda la región. Algunas personas consideran que la figura del matrimonio no es tan necesaria en la actualidad, que es un formalismo religioso o legal del que se puede prescindir, que el compromiso del matrimonio igualmente se puede romper, solo que esa disolución resulta muy costosa en lo económico y desgastante en lo emocional, cuando existe vinculo matrimonial.
Bajo estos argumentos, se suele pensar que la cohabitación permanente, o por un tiempo antes de casarse, puede resultar una opción que brinde más tranquilidad y seguridad a los convivientes. En el caso de una “unión libre” o convivencia sin casarse, las personas que adoptan esta vía, suelen señalar que lo importante es el sentimiento de amor, que las parejas se quieran y que permanezcan unidas bajo una voluntad y no una obligación. Que hay muchos matrimonios que permanecen juntos no porque desean estarlo sino porque les resulta muy dificultosa la separación o el divorcio. Que hay familias que se han conformado a partir de la cohabitación, y que han resultado exitosas.
Por otro lado, también hay parejas que señalan que es mejor cohabitar un tiempo antes de casarse para ver si pueden tener una vida de matrimonio funcional y saludable. Probar vivir juntos para ver si todo resulta bien, antes de comprometerse en una relación de matrimonio permanente. Que es mejor, sino funciona, disolver una cohabitación que enfrentar el intrincado mundo de un divorcio. Indican como ejemplo que nadie compra una blusa o un pantalón antes de probarlo, es decir antes de estar seguro que le va a servir. Solo que, para el matrimonio, el probar la relación no se hace conviviendo antes, sino conociendo a profundidad y en perspectiva al futuro cónyuge.
Respecto a lo señalado, hay que decir que el matrimonio es mucho más que un compromiso formal, legal o religioso. Como se indicó al principio, es la forma en que el ser humano ha encontrado un marco de seguridad, estabilidad y permanencia para conformar familia y trascender. Para las personas que tienen como base fundamental de sus principios y valores la fe cristiana y las enseñanzas bíblicas, el matrimonio es la forma en que dos personas se unen y se constituyen en una sola, de manera permanente. Este vínculo es sólido, unido por Dios, y tiene un propósito de generación de vida y de demostración de amor.
Patrick Schneider, médico especialista en salud familiar de la Universidad de Harvard, ha señalado algunas dificultades y consecuencias más adversas que tiene la cohabitación respecto al matrimonio. Por ejemplo, indica que son más inestables que los matrimonios. Según estudios en Estados Unidos, solo una de seis parejas sobreviven a los tres años de cohabitar y solo una de cada diez sobrevive a los cinco años.
También los estudios en ese país -pero que son igualmente válidos para otros del continente- señalan que aquellas parejas que se divorcian habiendo convivido antes de casarse representan un 49%, mientras que las que se divorcian sin haber convivido antes de casarse representan un 21%.
Otros estudios han evidenciado que, principalmente para las mujeres y los niños, el matrimonio representa un marco de estabilidad y seguridad emocional y conductual importante. En efecto, brinda una cobertura de seguridad que influye en el comportamiento de los miembros del hogar. La cohabitación, en muchos casos, les da inseguridad y desasosiego, legal, emocional y espiritual, especialmente a las mujeres y a los menores.
Puede ser cierto que existan matrimonios que sufren rupturas muy dolorosas y con afectaciones muy lamentables para todos los miembros del hogar. También que hay parejas que conviven sin casarse o que han cohabitado antes de casarse y logran conformar familias muy saludables, amorosas y exitosas.
Sin embargo, los diversos estudios y estadísticas coinciden en mostrar que las familias constituidas a partir de matrimonios funcionales, fuertes, estables, saludables y sostenibles, representan la mejor opción que puede proporcionar un mayor grado de bienestar para los miembros del hogar, especialmente para los niños. El profesor Fernando Pliego, de la Universidad Autónoma de México, ha realizado estudios comparados que evidencian de manera categórica esta relación entre matrimonios estables y fuertes, con presencia materna y paterna en la crianza de los hijos, con el bienestar integral de los menores.
Las familias fundamentadas en matrimonios sólidos y estables, no son especies en vías de extinción. Las uniones matrimoniales no son vínculos antiguos y obsoletos. Todo lo contrario. Cualquier pareja que aspire a conformar una familia estable, segura y permanente debe considerar afianzarla en la solidez que brinda el matrimonio, desde el punto de vista formal, social, legal, emocional y espiritual. Y esta aspiración de las personas está más vigente que nunca.
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