Conocí una joven llena de vitalidad, belleza y una agradable presencia. Con gran alegría compartía sus sueños y proyectos.
De repente, y en una intensa conversación entre varios jóvenes, ella expresó que no tenía novio porque su prioridad en ese momento era terminar su carrera y consideraba que no quería caer en la ansiedad de querer tener novio en ese momento.
Su rostro brillaba de alegría y de ilusión por la vida, tenía grandes deseos de vivir, podía expresarse con libertad y soltura, sus ojos expresaban honestidad, quietud y una gran capacidad de amar. Sencillamente ella no tenía urgencia de apresurar acontecimientos en su vida, se podía notar que tenía un gran amor propio, una buena autoestima, y mucho amor y respeto por sus padres.
La conversación transcurrió entre preguntas y respuestas, y de pronto, un comentario de su parte me impresionó profundamente: “Yo quisiera…” argumentó, “casarme con un hombre que fuera como mi papá, y cuando lo elija no tomaría ninguna decisión sin la bendición de ellos”, y señaló a su madre con una sonrisa y gran satisfacción.
La expresión no era porque estaba su mamá presente, no era para congraciarse conmigo, ni tampoco para impresionar a nadie, realmente no tenía el motivo de hacer quedar bien a su padre. Sencillamente era Marcela, una joven de 20 años deseosa de vivir la vida, porque sabe quién es y qué anhela en el futuro.Es de esas expresiones que dejan a todos sin aliento y creo que el mismo cielo se detiene a escucharlas.Era la expresión de una soñadora que deseaba vivir la vida intensamente y tener éxito en todo lo que se emprendiera. Marcela lo dijo tan natural y convencida de lo que pensaba, que no había más que añadir.
Creo que nos llegamos a parecer tanto a quienes admiramos, que deseamos tener a nuestro lado a alguien como ellos.
Los sueños, las convicciones y los valores que hemos adoptado como propios, son la plataforma sobre la cual construimos nuestro futuro y los rieles que conducen nuestro caminar.
Hoy más que nunca necesitamos familias que inspiren, padres valientes que a pesar de sus errores, animen a sus hijos a hacer cosas mejores. Hoy necesitamos jóvenes que sueñen con integrar una familia, en la que se superen los errores del pasado y perdonen a quienes les lastimaron. Necesitamos jóvenes que crean en la familia, el amor, el respeto, el diálogo y la comprensión.
Las mejores historias las escriben personas que se dejan inspirar por sus sueños y están dispuestas a pagar el precio de perseverar por ellos.
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