Una de las preguntas más importantes que todo hombre debe plantearse es: “¿cómo ser el líder que mi familia necesita?”
Hoy vivimos una crisis sin precedentes en cuanto a la masculinidad. La imagen del hombre se ha desdibujado, su liderazgo es requerido y la sociedad necesita con urgencia un cambio radical: que el hombre asuma su lugar en la familia.
Varios estudios confirman que la falta de la figura paterna, en el caso de las hijas, se relaciona con un aumento en las posibilidades de embarazos tempranos no deseados, divorcios y baja autoestima, además, de abuso de drogas y de alcohol. En el caso de los hijos, esta falta de la figura paterna los hace más vulnerables que a las niñas y tienen más riesgo de experimentar el fracaso escolar, la falta de control y la agresividad.
Una investigación desarrollada por el Instituto Internacional de Estudios sobre la Familia sostiene que: “el éxito de una generación pasa por tener en cuenta a los padres”. Si los padres no se involucran en la crianza de sus hijos las consecuencias negativas aumentan; crece la pobreza, la exclusión social, la drogadicción, el fracaso escolar, la violencia contra la mujer y el deterioro en la salud mental de los hijos.
La infidelidad, la irresponsabilidad y el machismo han desfigurado la imagen del hombre y la han debilitado. En nuestra sociedad, las conversaciones de hombres han sido estigmatizadas. Los negocios, los deportes y las aventuras amorosas son las conversaciones estereotipo entre los hombres; sin embargo, los sentimientos y el análisis profundo sobre la vida han sido relegados.
Esto nos ha impedido abordar temas que nos lleven a reflexiones profundas. La masculinidad no debe construirse a partir de los roles heredados, sino a partir de comprenderse como una persona integral, que piensa, siente, sufre, se realiza, se entristece y decide levantarse de nuevo. La masculinidad no se define a partir de rivalizar con la mujer o de sentirse superior. Si alguien quiere ser grande, debe servir a los demás. Así de radical lo indicó nuestro Señor Jesucristo.
Hoy vivimos en una sociedad que se ha ensañado en contra de la familia y todo parece indicar que estamos bajo ataque. No es fácil la lucha que enfrentamos el día de hoy, y es necesario tener un panorama más amplio sobre lo que podemos hacer y cómo lograrlo.
A pesar de todo este panorama, hay muchos factores que nos indican que hay una nueva generación de hombres que está despertando y desea sinceramente ocupar el lugar y asumir el rol que le ayudará a marcar el destino de la nueva generación. Si lo logramos, estaremos escribiendo una nueva historia.
Cuando Dios creó al hombre lo hizo a Su imagen y semejanza, y le dio autoridad para gobernar, lo llamó a multiplicarse y a integrar un hogar. Es decir, le confirió el honor de liderar a su familia.
Oramos para que se levanten hombres contracultura, que se revelen a la herencia machista. Hombres que deseen ser fieles al pacto matrimonial, que busquen ser asertivos con sus hijos y expresar sus sentimientos libremente; hombres que deseen realizarse en el trabajo y también en el hogar; hombres que no se impongan por la fuerza, y más bien sirvan, amen, lloren y construyan un legado. Hombres que deseen tener una experiencia espiritual con Dios, y que busquen conocerlo y amarlo sin reservas.
Cada vez más hombres se están liberando del estereotipo machista histórico que solo busca, por encima de otros, el éxito, el poder, la fuerza, el control, la eficiencia, la competitividad, la insensibilidad y la agresión.
Ahora sabemos que el poder que proviene de la fuerza física y la agresión no puede compararse en virtud con el poder que proviene del autocontrol, la humildad, un alto espíritu de servicio y la valentía de pedir perdón cuando se ha equivocado.
La fortaleza de un hombre no está en cuán fuertes sean sus músculos, está en la frecuencia de sus abrazos y en la gentileza de sus palabras. La fuerza de un hombre no la determina la cantidad de amigos que tiene o qué tan alto haya llegado en la pirámide profesional. La fuerza y el verdadero poder se demuestra teniendo nuestro corazón cercano y conectado a nuestros hijos, esposa y familia. Esta fuerza no se mide a través de la destreza física, sino en la ternura de las caricias y en la humildad expresada al pedir perdón. El éxito de un hombre no está en la cantidad de mujeres con las que ha estado, está en el amor que se ha demostrado cuando se es fiel a la mujer de su juventud.
El sabio Salomón explicó bien en qué consiste la fuerza de un hombre: “Más vale ser paciente que valiente; más vale el dominio propio que conquistar ciudades.” (Proverbios 16:32 NVI) El hombre de Dios no se deja dominar por sus pasiones, en su lugar, rinde a Dios sus deseos.
Si somos conscientes de los desafíos que vive la sociedad y la oportunidad que tenemos los hombres de crear un nuevo legado, podremos hacer la diferencia.
La actitud que debemos tener los hombres, la describe Pablo claramente en el libro de Filipenses. “No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás. Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano.” (Filipenses 2:3-7 NTV)
Hoy celebro a los padres que dieron su amor al hijo que criaron y no era suyo; a los abuelos valientes que a pesar de los años terminaron de criar a sus nietos; al tío determinado que dio abrigo a sus sobrinos y les trató como a hijos; a los maestros y líderes que han sido esa única figura masculina saludable con la cual un niño o adolescente en riesgo social ha tenido contacto. Celebro a los hombres valientes que, en medio de un mundo perdido, se atreven a hacerlo diferente. ¡Un día nuestros hijos lo agradecerán!
Como magistralmente lo escribió Steve Farrar: “Cuando los esposos se niegan a dejar que algo los aleje, se convierten en una fortaleza inexpugnable en la guerra con la familia. Cuando sus energías emocionales no se gastan en luchar el uno contra el otro, pueden ser utilizadas constructivamente para fortalecer la vida de sus hijos.”
El líder que las familias necesitan es uno que va en contra de la corriente, ha dejado de preocuparse por el dominio y el poder, ha empezado a servir a los suyos y a darlo todo por los que ama. Ese hombre marcará a su generación para siempre.